A Javier le apasiona leer y se molesta cuando alguien interrumpe sus sesiones, pero es un tipo educado. Acaba de cumplir 51 y lo lleva genial.
Tiene dos hijas, Sofía y Claudia. Su mujer, le fue infiel una vez, se lo contó, pero Javier prefiere no hablar del tema. Es una buena persona y siempre tiene una sonrisa tierna para regalar.
Trabaja como responsable de proyectos en una agencia de publicidad y un empleado a su cargo se le insinuó la semana pasada. Para el también tenía una sonrisa, nada más.
A veces simula estar leyendo pero solo para navegar en sus recuerdos. Echa de menos algunas historias vividas que los años le ha ido robando. Y eso le pone muy triste.
Mañana es el cumple de Sofía y no quiere regalarle otro libro. Le ha comprado el bolso que ella quería y dentro le ha metido una bolsita con cañas de azucar, que a Sofía le encantaban cuando era pequeña.
Quiere dejar a su mujer por lo que le hizo, pero no se atrave. Cuando lo visité en su casa para hacerle esta fotografía, me contó muchas cosas, la mayoria tristes, pero esa sonrisa de haber aceptado las cosas como vienen, no se borraba de su cara.
Javier tiene una voz preciosa. Me invitó a un café que el mismo acababa de moler con el molinillo de su abuelo. Aun recuerdo como se le empañaban las gafas mientras se acercaba la taza de café a la cara y me observaba preparar la cámara para el retrato. Después dejó la taza sobre una pequeña mesa que tenía junto a su sillón, dio un suspiro y posando para la foto con un libro abierto, me dijo:
- Bueno, cuando quieras Luis. ¿Empezamos?
Lo miré a través de la cámara y vi que estaba llorando, pero seguía sonriendo.